Los avances tecnológicos de los últimos 10-15 años
han posibilitado el uso y abuso inapropiado de las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación. Este tipo de acoso consiste en la utilización
de medios electrónicos para dañar, intimidar y maltratar a otros, siendo Internet y el teléfono móvil,
los dispositivos más utilizados para estos
fines.
El ciberbullying se caracteriza por su
intencionalidad de causar daño,
repetición de la conducta agresora y desequilibrio de poder entre el acosador y
la víctima, el agresor utiliza pseudónimos o nombres falsos para acosar e intimidar. Esta ocultación de la
identidad no sólo propicia la agresión sino también la impunidad del acosador.
El agresor no percibe de forma directa e
inmediata el dolor que provoca en la víctima, lo cual, facilita una mayor
violencia y crueldad en sus actos
cibernéticos.
Por otra parte, desde la perspectiva de la víctima,
la invisibilidad del acosador acrecienta
su indefensión al no saber realmente a quién se
enfrenta, aunque la mayoría de las veces, cree conocer su identidad, este
sentimiento de indefensión, de
vulnerabilidad, y ahora también, de humillación, se potencia aún más por el carácter público que tienen las
ciberagresiones, que pueden llegar rápidamente a cientos, miles, millones de espectadores, convirtiéndose
también en agresores.
Otra característica que acentúa la pérdida de
control que tiene la víctima es que ésta
no puede impedir que las ciberagresiones sean vistas, reproducidas y reenviadas
por los internautas. Los mensajes o imágenes
difundidas en Internet o por el teléfono
móvil pueden recuperarse y, por tanto, revivirse una y otra vez, lo que hace que el daño de la agresión permanezca en
el tiempo, ampliando sus efectos sobre la víctima.
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